VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Comenzamos teniendo en cuenta a las primeras palabras de Jesús, con las que, al inicio de su ministerio, anunciaba la buena noticia de que Dios se ha hecho cercano (Mc 1,14).
Y para dejar claro de una manera definitiva, qué significa esta cercanía de Dios para el hombre, en el camino de Jesús se cruza un leproso. En aquel tiempo un leproso era una persona inaccesible, que la Ley de Moisés quería fuera del alcance de la gracia de Dios, fuera de la Alianza, fuera de la sociedad. Una persona a la que nadie podría acercarse ni tampoco tocar.
Y de inmediato nos surge una pregunta: ¿el Reino de Dios estará también cerca de este leproso? Y ¿cómo la Buenas Noticia puede ser realmente buena si no pueden llegar a todos, incluso al que es considerado lejano, si todavía queda alguien nuevamente excluido? Es el mismo leproso quien se atreve a acercarse a Jesús con una súplica que muestra su total confianza: “¡Si quieres, puedes purificarme!” (Mc 1, 40).
Y Jesús no se echa para atrás, sino que se involucra con la cercanía al leproso y primeramente se solidariza con su sufrimiento: “tuvo compasión”, dice Marcos (1, 41). Y la compasión se evidencia mostrando la decisión de Jesús de dejarse envolver por la historia de este hombre, acogerlo y llevarlo dentro de sí, sin mantener frías distancias. También Él quiere esto (Mc 1, 41).
Sin embargo, la respuesta de Jesús excede las expectativas del leproso. Hubiese podido sanarlo manteniéndose alejado, como Eliseo había hecho con Naamán el sirio (2 Reyes 5, 1-14); podría haber pronunciado sobre él palabras de bendición y curación, y ciertamente esto hubiera sido suficiente para curarlo. En lugar de eso, Jesús va más allá y, extendiendo su mano sobre él, lo toca (Mc 1, 41). Hace lo que no había ni podido ni debido hacer.
¿Por qué lo hace?
Lo hace para darle la certeza de no ser inaccesible e intocable, de no ser más un alejado y un marginado. Esta es la verdadera curación que el leproso ambicionaba. Lo hace para ofrecerle la certeza de que Dios quiere llegar hasta donde el hombre está perdido, donde parece no haber ninguna esperanza, donde el mal parece tener la última palabra. Incluso allí, Dios se hace cercano.
Solo de esta forma la Buena Noticia es realmente buena, porque realmente es para todos. Es la buena noticia en la que Dios compromete su vida con la historia de cada hombre perdido; le busca donde quiera que se ha perdido y se une a él.
Pero esta es solo la primera parte del Evangelio de hoy.
En la segunda, hay algo extraño: Jesús despide rápidamente al leproso sanado y muy severamente, le ordena presentarse ante el sacerdote para la ofrenda y no contar a nadie lo que le ha sucedido (Mc 1, 43- 44). Pero, del texto se desprende, que el leproso no hace nada de lo que se le ordena, y que inmediatamente comienza a “pregonar bien alto y a divulgar el hecho”. Y el Evangelio se centra especialmente en las consecuencias de esta desobediencia, por la que “Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios ” (Mc 1, 45).
Y sucede que inmediatamente, desde el comienzo de la misión de Jesús, nos hacemos conscientes de que esta cercanía de Jesús con el hombre pecador tiene un precio. De tal manera se identifica con la humanidad, se coloca en su lugar, que se convierte en un excluido, en un rechazado. Ahora es Él, el que es inaccesible, el que debe mantenerse fuera, alejado.
Como todo esto está cargado de consecuencias extremas, lo veremos precisamente en el camino cuaresmal, que comienza en pocos días: en el culmen de este camino, en el culmen de la historia de Jesús, veremos cómo verdaderamente Su solidaridad con el hombre lo llevará a “estar en la misma condena” (Lc 23, 40), como dirá uno de los dos ladrones, para quienes el Reino se ha vuelto tan cercano que pueden llegar a él inmediatamente, el mismo día; y así el lugar de la perdición se convierte en el lugar de la salvación; la debilidad humana, su enfermedad, su maldad, se convierte en un lugar adecuado en el que Dios revela su elección definitiva y escandalosa de un amor que no excluye a nadie.
El leproso, el ladrón, nos invita hoy a desear esta salvación: para alcanzarla es suficiente una súplica, unas breves palabras susurradas desde lo más profundo del propio dolor. Y la distancia con Dios se difuminará inmediatamente.
+Pierbattista