7 febrero 2021

V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
“Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios” (Mc 1,14). Con estas palabras solemnes es cómo Jesús ha dado inicio a su ministerio público en Galilea. En cambio, las palabras que encontramos en el Evangelio de hoy son palabras mucho más sencillas y comunes: casa, suegra, fiebre, tomar de la mano, levantarse, servir (Mc 1, 29-31).
Hay una desproporción entre el inicio solemne del Evangelio y el episodio de hoy, pero en esta desproporción se encuentra toda la novedad del Evangelio, el ” está cerca” del Reino, del cual hemos leído hace dos domingos. Porque el Reino se desarrolla dentro de la vida ordinaria, en reuniones y en casas, dentro de las relaciones y experiencias de la vida cotidiana, las más simple.
El episodio de hoy es parte de lo que se conoce como “jornada den Cafarnaúm” que el evangelista describe como un día típico de la actividad Jesús, para mostrarnos cómo Jesús se mueve dentro de la vida ordinaria. Después de dejar la sinagoga, donde enseñó con autoridad y liberó a un hombre poseído ordenando callar al espíritu impuro que lo mantenía poseído, ahora Jesús va a la casa de sus nuevos amigos.
La casa es el primer elemento importante del Evangelio de hoy: está aquí, en una casa, en un lugar “profano”, no oficial donde nace la primera comunidad, la primera iglesia. Aquí Jesús regresará a menudo, para vivir una vida privada y ordinaria que no es menos importante que la vida más visible y pública. La sinagoga en aquel tiempo era el lugar institucional de reunión para la comunidad, y es justamente en aquel contexto institucional, liderado por los líderes del pueblo y por los escribas, donde se muestran incapaces de acoger la nueva salvación que trae Jesús (en Mc 3, 6 veremos que dentro de la sinagoga surge el primer rechazo violento de sus adversarios). La casa, en cambio, parece ser el lugar donde la salvación tiene lugar, donde Jesús revela el estilo del Reino. Dentro de la casa están las cosas ordinarias para ser importante y es en ese contexto donde se pueden encontrar.
Y dentro de la casa de Simone, como en tantas casas, sucede que también ha entrado la enfermedad: una enfermedad que también es ordinaria, una simple fiebre, pero sigue siendo un síntoma de esa fragilidad común a toda la humanidad. Jesús simplemente se acerca (Mc 1, 31): un joven maestro se avecina a una mujer mayor y se produce una relación llena de humanidad y afecto. ¿Qué se puede hacer a un paciente, si no tomarle de la mano, como un signo de amistad y condolencia? Y Jesús no hace otra cosa que esto, porque este es el estilo del Reino que Jesús anunció al comienzo de su ministerio.
Este no es el único caso en que Jesús toma a alguien de la mano: lo hará más veces, y en cada una este gesto estará fuertemente vinculado a la curación e, incluso, a devolver la vida. Así sucederá con la hija de Jairo (Mc 5, 41) o para el niño epiléptico que, después del exorcismo, “se quedó como muerto”. Pero Jesús lo toma de la mano y lo pone de pie (Mc 9, 26-27).
Esto es una secuencia, la unión que existe entre estos dos verbos, tomar la mano y levantar, y es un vínculo que genera vida, que supera la muerte, que hace que uno resurja. La mano de Jesús, cuando toma la nuestra, nos levanta, nos devuelve a la vida, porque para vivir necesitamos este simple gesto de ternura y de cercanía.
Pero hay un tercer verbo importante: la suegra de Pedro, una vez curada, comienza a “servir” (Mc 1, 31). No solo fue sanada para estar bien, sino para que esta vida, que ha sido restituida gratuitamente, sea puesta a disposición de otros. Y esto es necesario para que la curación – la resurrección – sea “completa”, solo si estos dos verbos están unidos, si uno se levanta para servir, es cuando realmente sucede la Pascua. Es precisamente en un contexto pascual, cuando Jesús hablará de sí mismo como un siervo, donde dirá que no vino para ser servido, sino para servir y dar la vida en rescate por muchos (Mc 10, 45).
El episodio del Evangelio de hoy no se detiene en la casa de Simón, la salvación que ha tenido lugar en esta casa también se expande a fuera, a otro lugar importante de reunión como es la puerta de una ciudad (MC 1, 33). Es un lugar de frontera, un lugar donde todos se encuentran. Allí cada uno viene con su propia carga de sufrimiento y cansancio, y podemos imaginar que la misma mano que se ha posado sobre la suegra de Pedro, se posa sobre cada uno de ellos, con la misma ternura.
Sin embargo, el episodio termina con algo inesperado: Jesús, durante la noche, se retira a la soledad, para cultivar su particular relación con el Padre, con su fuente de vida.
Y los discípulos lo buscan ansiosos, preocupados por no defraudar las expectativas de las personas (“Todo el mundo te busca”, Mc 1, 37). Jesús de nuevo abre horizontes más amplios, como los que se les abrieron a ellos en el momento de la llamada; y les propone un ” a otra parte” (Mc 1, 38). Quien lo quiere seguir, el que le buscan, saben dónde encontrarlo: Siempre lo encontrará en un en “a otra parte”, porque Él ya habrá abandonado el lugar que se había beneficiado, sin permanecer preso, obediente a una llamada que le pide ir “también allí” (Mc 1, 38), a otro lugar.
En este también allí se encuentra una posibilidad de salvación, de sanación, una mano que se colocada sobre todos.